El retorno del voluntariado francés
Por: Leonel Pallo Quispe (16), Diana Turpo Peralta (16), Evelyn Gonzales Moroco (16), Mayli Vásquez Mamani (16)
El principal motor de los voluntarios no era la ayuda material, sino la profunda intención de conocer y vivir la cultura local. “Me gusta esta escuela, es muy diferente a la de Francia”, manifestó Adele Masson, sumamente entusiasmada por la experiencia, una idea que coincide con la motivación de sus predecesores: hacer suya una nueva forma de ver el mundo.
A su vez, los voluntarios dejaban una huella imborrable. Los profesores que vivieron esa etapa resaltan el legado intangible que dejaron, un conjunto de virtudes que se destacan en cada una de sus acciones.
“Puedo recalcar la puntualidad y responsabilidad en toda la serie de actividades que ellos desarrollaban aquí”, comentó un docente, añadiendo que valores como el respeto, la empatía, la disciplina y la resiliencia eran el verdadero tesoro que transmitían.
Esta colaboración demostró, en palabras de la exdirectora y actual profesora, Giuliana Solís, que «Cada ser humano es un hermano. La solidaridad es el puente hacia un mundo mejor”.
La llegada de Adele Masson ha despertado una intriga histórica, ¿Cómo comenzó este nexo con Francia?
Una investigación revela que el voluntariado francés no es casual, sino parte de una red de apoyo global que forjó la existencia misma de la I.E. Desde sus inicios, Casa de Caridad se sostuvo gracias a donaciones de diversas entidades, tanto nacionales como extranjeras, fue a través de estos proyectos que se estableció contacto con «hermanos franceses», dando lugar a estos espacios de convivencia e intercambio cultural en nuestro país.
“Era un ambiente muy bonito, también agradable”, recuerda una profesora entrevistada, rememorando la época en que los pasillos se llenaban de diferentes idiomas y culturas.
